A las puertas del inicio de un nuevo curso masónico, me he propuesto reflexionar sobre la idea de volver a empezar. Los masones tenemos muy arraigada la idea de ciclos que comienzan y acaban para recomenzar, como ocurre con la Tierra, que, al girar en torno al sol, va dibujando el ciclo de las estaciones. La masonería no procede más que de sí misma, decimos, pero bebe de muchas fuentes y la idea del eterno retorno aparece una y otra vez tanto en el ámbito de lo religioso como de lo mítico y, como no, en la filosofía.
Mircea Eliade, en un libro precisamente titulado ‘El Mito del Eterno Retorno’ explica como para el hombre primitivo el acto sagrado consiste en acercarse a la divinidad a través de la repetición de acciones aprendidas de los dioses, héroes o antepasados. Puede resultarnos significativa su explicación respecto de los lugares sagrados. Concretamente, dice que el Templo, lugar sagrado por excelencia, tenía un prototipo celeste. En el monte Sinaí, Jehová muestra a Moisés la forma del santuario que deberá construirle y cuando David entrega a su hijo Salomón el plano de los edificios del templo, le asegura que le llegaron escritas por la mano de dios.
En el contexto religioso que nos explica Eliade, todo ritual tiene un modelo divino, un arquetipo y los hombres deben hacer como hicieron los dioses. Este comportamiento, llevado al extremo, sería ahistórico e incluso antihumano. El hombre deberá hacerse arquetípico para realizarse y esto le hace dejar de ser él mismo para convertirse en un imitador de los actos de otro. Pero, además, en el rito se produce una abolición del tiempo profano (¿os suena?) y es en estos intervalos cuando el hombre es verdaderamente él mismo.
Pero el eterno retorno se percibe de manera especialmente explícita en aquellos ritos y creencias relacionados con el año nuevo y el calendario. La cantidad y variedad de rituales que en todas las culturas evocan el nuevo año serían imposibles de enumerar. Se sugiere la idea de que la creación del mundo se produce cada año “Alá es aquel que efectúa la creación; luego es él que la repite” (sura IV, 4).
Lo que domina en todas las concepciones cósmico-mitológicas es el retorno cíclico de lo que antes fue, el eterno retorno. La repetición es un hecho arquetípico proyectado en todos los planos: cósmico, biológico, histórico, humano etc. Y ese eterno retorno no queda contaminado por el devenir: todo vuelve igual, según esta concepción. El tiempo se limitaría a hacer posible la existencia de las cosas, pero no tiene ninguna influencia sobre esa existencia.
Podríamos dejarnos tentar por la idea de que esta radical concepción del tiempo circular es cosa de las civilizaciones y las mentalidades primitivas, pero vemos vestigios de ella en muchas formulaciones filosóficas. El mismo Hegel, padre de la dialéctica y por lo tanto teórico del devenir evolutivo, afirma que en la naturaleza las cosas se repiten hasta el infinito. Hegel distingue entre el hecho histórico que se encuadra en una naturaleza dialéctica (aunque limitadamente ya que según él la historia sigue un plan divino) mientras que en la naturaleza todo se repite sin variación hasta el infinito.
Por ello, podemos hablar de dos concepciones del mundo, la arcaica, arquetípica y antihistórica y la moderna poshegeliana o histórica. Porque, claro está, la idea de eterno retorno se opone a las ideas progresistas que propugnan la evolución de las sociedades humanas. O, al menos hay quien ha intentado oponerlas cuando la verdad es que las dos concepciones conviven e imperan en distintas facetas de la realidad humana.
Pero no adelantemos el razonamiento final de esta reflexión. De lo dicho hasta ahora entendemos que la humanidad, en su comercio con lo sagrado, intenta detener el tiempo para ponerse en contacto con la divinidad. Incluso Hegel pone límites a sus ideas dialécticas en tanto que las somete a un plan divino que habría previsto de antemano cualquier contingencia. Sin embargo, dos grandes pensadores modernos adoptan la idea del eterno retorno en sus reflexiones en un contexto explícitamente agnóstico.
Según Heidegger, Nietzsche plantea la idea del eterno retorno desde una perspectiva moral, aunque a primera vista no lo parezca. Nietzsche se opone a las concepciones cristiana y budista por la carga impuesta por la cuestión de la recurrencia eterna. En el contexto Europeo Occidental Cristiano, su punto de vista enfatiza una vida futura eterna en el cielo, como también el renacimiento cíclico de la doctrina budista, que afectan de manera fundamental al comportamiento humano. Principalmente se trata de un método o principio para juzgar la propia vida. «Si tuviera que vivir esta vida una y otra vez, ¿Cómo lo haría?». La idea primordial de Nietzsche en Así Hablo Zaratustra, trata principalmente de ser un superhombre entre hombres. El eterno retorno es la doctrina de vida del superhombre, dispuesto a crear una nueva moral, y destruir aquella moral mermada y corrompida por el cristianismo, junto a aquellos rebaños que obedecen y a aquellos pastores que la predican. El superhombre viviría su vida, una y otra vez, sin arrepentirse jamás de alguna de sus decisiones. Según Friedrich Nietzsche, la mayoría de las personas viven la vida sin la intensidad necesaria y sin la pretensión y anhelo de convertir cada instante de ella en algo maravilloso en sí mismo hasta el punto de justificar la existencia. Nietzsche afirma que el «superhombre» (uno que se eleva por encima) es quien considera el eterno retorno como algo positivo, ya que ha sido capaz de crear una vida tan intensa que la posibilidad de que esta pueda ser repetida infinitas veces le parece maravillosa.
Schopenhauer no trató de manera específica el tema del eterno retorno, pero suele citársele puesto que fue una idea suya la que desencadenó la reflexión de Nietzsche. Dice Schopenhauer en su obra ‘El mundo como voluntad y representación’ que, si realmente el tiempo es infinito, todo lo que puede ocurrir habría ocurrido ya.
Como seguidor de Kant que es, para Schopenhauer el tiempo no es ni finito ni infinito; el tiempo es una cualidad, una característica consustancial al modo de operar del cerebro humano, una especie de foco connatural que permite conocer y distinguir lo que, en sí, es uno e indistinguible.
Después de todas estas disquisiciones, que tal vez podáis considerar ociosas divagaciones propias de un tiempo vacacional, querría plantear un elemento para nuestra reflexión y que tal vez afecte al núcleo central de nuestra actividad masónica. Para los masones el ritual consiste en la repetición de lo establecido por los ancestros de manera no muy diferente a como la explica Mircea Eliade, procuramos una suspensión del tiempo y durante ese lapso trabajamos en la construcción de una consciencia grupal que esperamos que trascienda la simple suma de las consciencias individuales. Esto nos situaría, a primera vista, en el grupo de los arcaicos, arquetípicos y puede que algunas tradiciones masónicas claramente hayan realizado esta opción. Sin embargo, nuestra masonería de manera explícita invoca al Progreso de la Humanidad. Alguien antes que nosotros contempló esta posible contradicción y quiso disipar cualquier duda al respecto, somos una masonería progresista y laica. Tal vez ello entrañe alguna contradicción, pero nosotros, yo al menos, considero que de la síntesis de estas dos proposiciones en apariencia antitéticas debe surgir algo bueno y bello.
Q.·. Has.·. y Hnos.·. nos encontramos al inicio de un nuevo año masónico y debemos encararlo con la mente despejada y abierta. Esperemos que el futuro nos depare cosas buenas y no permitamos que el pasado dificulte nuestro avance. Sí hay un eterno recomenzar, pero este recomienzo debe conllevar una evolución, aprender de los errores para no caer en ellos de nuevo, que nuestro recomenzar sea más bien una espiral que un círculo vicioso.
-¿Que fue primero, el huevo o la gallina?
-Ambos.
Algo existente no puede venir de la nada, ni terminar en la nada. En todo caso, cambiará de forma, pero no dejará de existir. Si no termina, es porque no comienza. Pienso que el eterno retorno, es la forma tangible del infinito.