Clara_Campoamor

1 de octubre de 1931. Clara Campoamor, según sus propias palabras, “causa el histerismo masculino dentro y fuera del Parlamento”. Oponiéndose a media cámara, a su propio partido y a Victoria Kent (la única otra mujer en el hemiciclo) consigue que la Asamblea Constituyente apruebe el art. 34 (que pasaría a ser el 36 en la redacción definitiva); por primera vez en España la mujer podría votar en igualdad de condiciones que el hombre.

Tan sólo un mes antes, el 1 de septiembre, Clara había hablado en las Cortes con una contención encomiable; era consciente de que todas las miradas estaban puestas en ella y optó por economizar batallas. Poco después habló como delegada ante la Sociedad de Naciones. Con 14 días de diferencia Clara Campoamor se convirtió en la primera mujer en hablar en las Cortes españolas y en la primera española en hablar ante la Sociedad de Naciones.

No puede acusarse a Kent de traicionar al feminismo; la diputada estaba profundamente convencida de que, antes de dar el voto a las mujeres, era necesario cambiar la mentalidad española, de lo contrario, todo el esfuerzo empleado se vería abocado a un rotundo fracaso. Por su parte, Clara Campoamor, defendió el sufragio femenino basándose en principios y no en consecuencias

Era común en aquella época, incluso entre los más progresistas, la opinión de que el voto femenino perjudicaría a las izquierdas y a la República misma pues las mujeres se dejaban influenciar por el confesor.

Tal tesis fue abrazada por los partidos republicanos tras la derrota de 1933. En realidad, las mujeres, y sobre todo Campoamor, fueron un chivo expiatorio que les evitaron hacer autocrítica. Lo cierto es que a la derrota de la izquierda contribuyó más el propio sistema electoral (la CEDA jugaba con ventaja al presentarse en coalición) y la abstención (el anarquismo había llamado a ella). En las elecciones de 1936, en las que las mujeres votaron de nuevo y ningún grupo llamó a la abstención, ganó una coalición de izquierdas.

Tras las elecciones del 33 Campoamor, que no había logrado renovar su acta de diputada, fue nombrada por Lerroux directora general de Beneficencia.

Poco después, en 1935, se desvincula del Partido Radical mediante una contundente carta a Lerroux. El detonante fue la dura represión ejercida contra la insurrección obrera en Asturias en 1934 y la cada vez mayor sumisión del Partido Radical a la CEDA.

Clara se muestra, no como una persona comprometida con un partido, sino con los Derechos Humanos, el Republicanismo y el Feminismo y como una política que ni duda en reconocer errores propios ni en criticar a su propio partido (tales críticas serán empleadas como propagando por los contrarios a la República, lo que induce a Campoamor a “secuestrar” su propio libro en el que las vierte.

Su carrera activa en política termina cuando Izquierda Republicana rechaza su petición de entrada por una amplia mayoría a pesar de que fue el propio Casares Quiroga el que la animó a solicitar entrar.

El camino hasta su acta de diputada había sido largo. Nacida en los bajos del número 4 de la calle del Rubio (hoy calle del Marqués de Santa Ana) conoció las penurias de la más modesta burguesía urbana. Hija de un empleado de prensa y de una ama de casa que contribuía a la maltrecha economía familiar haciendo de costurera para el vecindario, Clara se vio obligada a dejar los estudios a los 12 años (ya huérfana de su padre que junto a las ideas republicanas le inculcó la importancia de la cultura). Trabajó primero de costurera en el taller que su madre había improvisado en casa y después como dependienta en una tienda del barrio; aprobó, siendo ya una jovencita las oposiciones de auxiliar de Telégrafos y, después, consiguió ser maestra en la Escuela de Adultos.

Es destacable la influencia que sobre ella tuvo el Ateneo, en donde destacó por su oratoria cuando no era ni siquiera bachiller. Posiblemente fue en este lugar donde una joven Clara se convenció de la necesidad de retomar sus estudios.

Se licenció en Derecho cuando pasaba de los treinta años. Fue la segunda letrada en colegiarse (la primera fue Victoria Kent) y la primera en actuar ante el Tribunal Supremo. Fue también la primera mujer en formar parte de la Academia de Jurisprudencia.

Si bien al principio su precaria situación económica la obligó a compatibilizar el ejercicio de la abogacía con otros trabajos, pronto se ganó una merecida reputación. Defendió, entre otros, numerosos casos de divorcio y reivindicaciones de paternidad.

Campoamor había comenzado su andadura política de la mano de Acción Republicana, aunque pronto formó parte de las filas del Partido Radical y, una vez desilusionada de este, llamó infructuosamente a las puertas de Izquierda Republicana.

Todo esto propició que tanto adversarios como compañeros la tildaran de arribista.

No lo era. Era una republicana convencida que festejó la llegada de la República desde el balcón del círculo republicano de San Sebastián (ciudad a la que había acudido como abogada defensora de los procesados por la Rebelión de Jaca). Su lealtad estaba con la causa republicana y no con partidos concretos que, por otra parte, en la práctica, eran más bien grupos de poder.

“La República, siempre la República”, responderá cuando le pregunten por la forma de gobierno; para ella, el sistema republicano y la igualdad que comportaba eran el único camino al progreso.

Como a tantos otros, la guerra civil la obligó a emprender el camino al exilio. Primero a Lausana, donde deja a su anciana madre al cuidado de su amiga Antoinette Quincha, y después a Argentina, donde reconoce al peronismo una innegable mejora de la las condiciones de vida de las clases más desfavorecidas, pero muestra recela ante la deriva de un general cada vez más interesado en estrechar lazos con Franco y  Mussolini

Tras casi veinte años, regresa a Lausana, donde, al igual que le pasó en Argentina, no se le reconoce el título de Derecho, por lo que debe limitarse a colaborar en el despacho de Antoinette.

Varias veces regresa a España de forma clandestina para intentar averiguar si es posible instalarse definitivamente aquí. Incluso Concha Espina (a quien llevó su divorcio) le facilita una entrevista con un funcionario franquista en la que se le propone el cierre de su expediente a cambio de renegar de sus ideas y de delatar a sus compañeros. Clara no acepta y sólo volverá a España en una urna que su amiga Antoinette entrega a la ahijada de Clara, Pilar Lois, junto con una documentación para que la entierre clandestinamente en el panteón familiar de San Sebastián

El expediente que el Régimen le había abierto fue por su pertenencia a la masonería, tal y como consta en el archivo de Salamanca.

La acusación se basa en cuatro pruebas: el Boletín Oficial de la Liga de los Derechos Humanos, en donde consta como directora y vocal; una denuncia del gobernador de Málaga; el testimonio de una mujer que afirma que Campoamor pertenece a la Logia de adopción “Reivindicación”, dependiente de la masculina Condorcet y el libro “Masonería al descubierto” de Billoch, en donde se la menciona.

Posiblemente fue masona activa entre 1931 y 1934, algo muy común, por otra parte, entre los diputados republicanos. Sin embargo, nada se encuentra sobre ella en los archivos de la Logia “Reivindicación”, ni en los de la otra Logia Femenina madrileña “Amor”. Bien es cierto que estos son muy fragmentarios, por lo que no ayudan a dar una respuesta contundente.

Fuese o no masona, buena parte de su pensamiento está imbuido de los ideales de igualdad, justicia y pacifismo; a estos, junto con el republicanismo y el feminismo y la defensa de la infancia (introdujo en el Parlamento la Ley de Derechos del Niño) consagró su vida.

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