La historia de la Torre de Babel se relata en el libro del Génesis en el Antiguo Testamento de la Biblia, específicamente en el capítulo 11, versículos 1 al 9. Según el relato bíblico, después del diluvio universal, la gente de la tierra era muy escasa y hablaba un solo idioma. Se establecieron en una llanura en la región de Senaar y decidieron construir una ciudad y, en su centro, una torre muy alta que diese renombre a la ciudad. La Biblia, a pesar de los muchos comentarios que sí lo hacen, no nos dice los motivos que llevaron a los humanos a decidir construir esa torre. Sin embargo, sí que hace explícito que era Dios quien no estaba contento con la construcción de la torre, al parecer porque acercaba a los hombres a sus dominios y les elevaba físicamente pero quizás también por encima del rango en el que el creador los había colocado, y por ello decidió confundir sus lenguas, de manera que la gente no pudiera entenderse entre sí. Como resultado, la construcción de la torre y la ciudad se detuvieron y la gente se dispersó por toda la tierra. De acuerdo con el relato bíblico, el nombre de la ciudad, Babel, derivaría del verbo hebreo balbál (confundir)
Para Walter Benjamin, la construcción de la Torre de Babel representa el deseo humano de alcanzar una utopía, un mundo perfecto y armonioso. Sin embargo, la imposibilidad de la comunicación y la fragmentación de la humanidad en diferentes lenguas impiden que este deseo se cumpla. Según W. Benjamin ya el simple hecho de la obtención del lenguaje humano es un castigo. En su texto, Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres, realiza una lectura del génesis, según la que, en un principio, la naturaleza, dios, los hombres, el cosmos, el sol, la luna estaban en plena armonía y la comunicación era infinita, el hombre había recibido el don de nombrar con la palabra divina y las palabras reflejaban el ser de las cosas. Por ello, en el Edén reinaba una completa armonía y fraternidad.
Pero dios castigó a los seres humanos, como sabemos, y una de las consecuencias del castigo fue la aparición del lenguaje humano. Este nuevo lenguaje es más burdo y no transmite el ser de las cosas sino el mero pensamiento humano que solamente refleja pálidamente la realidad. Con la creación del lenguaje humano, ya no existía una natural comunión de la naturaleza entera. El lenguaje humano es una barrera que separa a la humanidad del estado de plena comunión primigenio.
Pero tiempo después, tras el diluvio, Dios volvió a castigar a quienes tenían la pretensión de llegar al cielo con la Torre de Babel. Dice el “Genesis: Él bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo, y se dijo: «Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es sólo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos».
El primer castigo es la creación de la lengua, la caída, el segundo castigo es la diversificación de las lenguas del mundo y dejar de comprendernos entre nosotros. Tras la falta de unión con la naturaleza, aparece la falta de comunicación entre los seres humanos.
En la misma línea, en su obra Tractatus Logico-Philosophicus, Wittgenstein sostiene que los límites del lenguaje significan los límites de mi mundo, es decir, que el lenguaje determina nuestra comprensión y experiencia del mundo. En esta línea, sugiere que si las palabras describieran la verdad de manera unívoca, no habría necesidad de diferentes lenguas, ya que todos los hablantes del mundo podrían comunicarse de manera efectiva a través de una sola lengua universal. Sin embargo, Wittgenstein también sostiene que la relación entre las palabras y la realidad es compleja y que no existe una única correspondencia entre ellas, por lo que la idea de una lengua universal que describa la verdad de manera unívoca resulta utópica.
Pero a estos castigos divinos se une una tercera pérdida. En el mundo moderno hemos perdido la capacidad de escuchar, de oír, de hablar, de comunicar el estado del alma. La humanidad ha perdido la capacidad de interiorizar sus experiencias y no puede compartir sus estados anímicos. El primer castigo, por tanto, es la imposibilidad de hablar el mismo lenguaje de la naturaleza, el segundo que los hombres dejáramos de hablar el mismo lenguaje entre nosotros. El tercero, la incapacidad de transmitir la experiencia y los estados de ánimo a que el hombre moderno se ve abocado como resultado de la sociedad moderna, a la comunicación de masas y la alienación producida por el consumo. Benjamin sugiere que el sentimiento de melancolía al ver y presenciar la naturaleza bucólica se produce porque escuchamos sin saberlo el lamento de ella al ser incapaz de comunicarse con nosotros.
La humanidad tiene el anhelo de crecer, de elevarse por encima de su condición para llegar cada vez más alto. Para ello, la humanidad debe superar los castigos divinos. Primeramente debemos adueñarnos de la experiencia, ser capaces de comprendernos a nosotros mismos y aprender a compartir nuestras experiencias y nuestros estados de ánimo para poder crecer de manera colectiva. Seguidamente debemos recuperar la comunicación entre todos los seres humanos. Pero, ¿es necesario, para lograr este objetivo, recuperar una lengua universal?
Es importante recordar que la creación de un idioma universal es una idea que ha sido propuesta por muchos pensadores a lo largo de la historia, pero que todavía no ha sido alcanzada debido a la complejidad de la tarea y a las diferentes dificultades políticas, culturales y lingüísticas que se presentan. Además, la creación de un idioma universal podría tener consecuencias no deseadas, como la pérdida de la diversidad cultural y lingüística.
Finalmente, también debe la humanidad revertir el primero de los castigos divinos, el que nos separó de la comunión con la naturaleza por la exclusión de la humanidad del ámbito del lenguaje divino.
Toda esta digresión solamente tenía como objetivo llegar a este punto. Uno de los argumentos esgrimidos por la masonería tradicionalista para excluir de la Orden a quienes no profesan una religión, especialmente la cristiana, es que la vía iniciática ha marcado desde su inicio una senda para retornar al hombre al estado de gracia previo a su caída y expulsión del edén. Por tanto, la iniciación carecería de sentido para quienes no profesen esta creencia en la liberación del pecado original.
Pero desde una óptica laica, la iniciación puede ser una vía para revertir los castigos divinos, dejadme decirlo de esta forma, y recuperar la capacidad humana para el autoconocimiento, para una mejor comunicación con todos los individuos que integran nuestra especie, y para abordar una plena comunión con la naturaleza.