Para empezar esta reflexión, quiero citar un fragmento del punto sexto de la Constitución de la C.·. I.·. L.·. É.·. :
“La orientación simbólica de los Trabajos de la C.·.I.·.L.·.É.·. debe permitir a sus miembros trabajar por su progreso personal y reflexionar sobre la mejora de las sociedades hacia un ideal de Libertad, Igualdad, Fraternidad y de Justicia”.
Según reza esta frase, nuestros trabajos tienen una orientación simbólica que deben permitirnos, a cada uno de nosotros, en primer lugar trabajar en nuestro progreso personal. Según esta visión, que comparto plenamente, lo que aquí hacemos está primeramente enfocado en el desarrollo personal de cada uno mediante un procedimiento que requiere un trabajo en conjunto. Según esta visión, el trabajo en las logias es un trabajo interior, en cierta medida concentrado en sí mismo. Pero una logia no es una torre de marfil que mantiene a sus miembros aislados del mundo, por ello, la misma frase nos dice más adelante que es también un objetivo primordial del trabajo masónico reflexionar sobre la mejora de las sociedades. Debo subrayar también que se nos dice que nuestro deber es la reflexión sobre la realidad que nos circunda, no la intervención directa sobre el hecho social. No somos una unidad de acción o un partido político. Lo que cada uno de nosotros decida hacer fuera de la logia no nos atañe, es probable que a título personal tengamos una opción política o que nos movilicemos en apoyo o rechazo a ciertas ideas u objetivos. Pero lo que hacemos aquí es reflexionar sobre la realidad social que nos circunda, intentar comprender el mundo y el avance de nuestra sociedad. Y no somos neutrales. En tanto que masones, estamos involucrados con las ideas de progreso basadas en nuestros ideales: libertad, igualdad, fraternidad y justicia.
Decía que la masonería no interviene en ninguna acción política, pero tradicionalmente, los masones han intervenido en los cambios sociales de los últimos dos siglos. Ha habido masones en posiciones destacadas en la revolución francesa, en las revoluciones europeas del siglo XIX, en los procesos de descolonización, en la independencia de los Estados Unidos de América, en las luchas por la abolición de la esclavitud. En las acciones en favor del voto femenino, muchas hermanas estuvieron en posiciones destacadas. Ha habido masones en el movimiento obrero y detrás de todos los movimientos revolucionarios. (A pesar, por cierto, del desencuentro entre el comunismo y la masonería, Lenin y León Trotsky pertenecieron a la misma logia suiza, pero, aunque las logias ayudaron a difundir el ideal comunista por Rusia y toda Europa, más tarde, en 1919, durante la Tercera Internacional, se exigió elegir entre ser «hermano» o «camarada»). Hubo muchos masones interviniendo en política en la República española. Y, en fechas más recientes, es conocido el apoyo de la masonería a leyes que inciden en mayores cotas de progreso social y libertades públicas.
Pero, si damos un vistazo a la realidad de la masonería en España, creo que podemos convenir que los masones pintamos más bien poco, en la actualidad. La masonería mantiene un cierto grado de presencia, sobre todo en la imaginería de la extrema derecha, que atribuye a nuestra hermandad todo tipo de maquinaciones para romper España o acabar con el estado tal y como ella lo concibe. Pero precisamente nosotros tenemos la certeza de que hoy en día la masonería se encuentra fuera de los centros de decisión y tampoco hay capacidad para crear corrientes de opinión a favor de las ideas que nosotros defendemos.
Otra cosa es que ciertas ideas se van abriendo paso en la sociedad y de vez en cuando cristalizan en medidas que han sido defendidas por la masonería en otros países. Pongamos por ejemplo la ley en defensa de una muerte digna, la ley de dependencia, los avances en la igualdad de género o la que regula la transexualidad. Por eso se oyen a veces comentarios de que, en la sombra, la masonería influye en favor de ciertas medidas y también que el gobierno está lleno de masones o incluso que Zapatero o Pedro Sánchez pertenecen a nuestra hermandad.
La verdad es que esto no es así y que la masonería no logra trascender las paredes de los templos para impregnar a la sociedad con sus ideales de igualdad, libertad y fraternidad.
Si nos preguntamos las causas de esta desconexión tendremos que ir paso a paso.
En primer lugar tenemos la cuestión del número de masones en España. Si preguntamos cuántos masones hay en España nos encontramos con que la Gran Logia de España presume de tener 4000 afiliados y 189 logias. Ya en sí no sería una cifra grande, puesto que se trata con diferencia de la mayor obediencia de las que operan en España. Pero es que no es cierto. Es muy difícil hacer una estimación pero no creo que entre todas las obediencias sumemos más de tres mil masones en activo en toda España. Como sabéis, la mayor es la GLE y le debe seguir la GLSE, que declara unas 60 logias en todo el país. A partir de aquí, las demás obediencias tienen una dimensión muy inferior.
En segundo lugar, hoy en día no conozco masones que tengan una proyección pública y que puedan aportar un punto de vista masónico al debate público. En algún momento, tal vez Roger Leveder tuvo una cierta proyección pero, hoy en día, del actual Gran Maestre de la Simbólica Xavier Molina nada se sabe y respecto de la GLE tampoco se sabe casi nadad deTxema Oleaga, a diferencia del anterior Gran Maestre, José Carretero, que se hizo famoso para mal por realizar inversiones dudosas o de Oscar de Alfonso, que gustaba de gastarse los fondos de la obediencia en viajes de lujo. En mi opinión, si hubiese una especie de autoridad moral de la masonería con una cierta proyección pública, nuestra influencia social podría ser mayor.
Por otro lado, tampoco está tan claro que los masones tengan una voz única y opiniones homogéneas. Por descontado no la tienen en cuestiones de política concreta. Por ello es francamente difícil que alguien pueda hablar en nombre de todos los masones. En masonería, incluso dentro de una misma obediencia, conviven sensibilidades distintas y es bueno que sea así. Pero ello dificulta que tengamos una voz en el debate público.
Incluso, si me permitís, dentro de la masonería conviven ciertas tendencias que pueden resultar preocupantes. En España, el odio de los reaccionarios a la masonería es tal que difícilmente encontraremos masones de extrema derecha pero es cosa sabida que Steve Bannon, uno de los principales ideólogos de Trump, y Alexandr Duguin, asesor de Putin, son declarados seguidores de René Guénon, que, por si alguien no lo conoce, es un autor con una gran influencia en ciertas tendencias de la masonería. Guénon es un defensor de la Tradición y la antepone a los derechos humanos y la democracia. Lo mismo que Joseph de Maistre, que fue uno de los principales detractores de la modernidad en el siglo XIX y un miembro prominente de la masonería del Rito Escocés Rectificado.
Finalmente, me gustaría introducir la reflexión de que la masonería no es un producto de consumo ni un slogan, no se puede reducir a esto. En la época del consumo rápido, de redes sociales como Twitter o Tick Tock, que hacen de la brevedad su razón de ser, nosotros razonamos largamente y mediante planchas irreductibles a un meme. En el mundo de los debates encendidos, triangulamos la palabra. Posiblemente no podemos esperar que la masonería sea del gusto de las masas. Pero es que en mi opinión no debe serlo.
Por lo tanto, volviendo al principio, nuestro cometido es mejorarnos a nosotros mismos, llegar a ser quienes en verdad somos, pero sin perder el contacto con la sociedad, evitando que la masonería se convierta en un mundo cerrado que nos aprisione y nos hurte el contacto con la realidad. A partir de aquí, si vamos creciendo de manera gradual y orgánica, sin prisas pero de manera sostenida, nuestra influencia en la sociedad debería ir creciendo.
Esta es mi esperanza, aunque la experiencia de la evolución de la masonería en España de los últimos cincuenta años no sea un buen ejemplo de ello.