Hace un par de tenidas leí una plancha que se titulaba «Razón, verdad, progreso e Imperio» en la cual, si bien traté algunos temas rozaban lo intimista, las consecuencias de abrir ese debate son, pienso, de lo más interesantes desde una perspectiva social, y desde una perspectiva social-masónica. En ella intenté, con más o menos traza pero con total esfuerzo, poner en entredicho la base sobre la cual asentamos ciertas verdades, enfatizo el plural, y el mecanismo mediante el cual cogemos estas verdades y las interrelacionamos, construímos nuevas, las anulamos, las tergiversamos o construímos sobre medias verdades: la Razón. Intenté delimitar muy claramente la realidad, lo que es, de la verdad, lo que se dice de lo que es. Si lo que se dice, lo que se afirma, es acorde a la realidad es verdad. Pero cómo puede diferir esta verdad en el gran entresijo de perspectivas, conciencias, momentos históricos, culturas y razones. Una primera conclusión es que a menudo la fuerza de la razón es comida por la razón de la fuerza. Ya sea usando el más cruel de los métodos, la sumisión, o el más amable, la persuasión. Pero en cualquiera de los casos, UNA verdad es la que es escogida, impuesta, casi darwinistamente, y en base a esta seguimos construyendo. ¡Bendito Progreso!
Auguste Comte formula tres estados en el progreso del espíritu humano. La primera etapa es una etapa teológica: la realidad, o por lo menos los fenómenos, son explicados por causas sobrenaturales. La segunda etapa es una etapa metafísica, en la que la explicación ya no viene por causas sobrenaturales, sino por abstracciones. La tercera etapa es la positiva o científica. Colli hace una crítica de esta visión, puesto que los positivistas del siglo XIX «ven venir el fenómeno», es decir, se sitúan a ellos mismos como la etapa final de la historia. ¿Quizá como su culmen? Esta posición, que es también la posición ilustrada, ve un sentido a toda la historia porque se autoencaja en ella. El camino de A a B es único si solo una persona se desplaza. Ese es el único camino con sentido, a falta de otro andante que transite otro distinto, quizá hacia C. Por lo tanto, me resulta interesante, a la hora de «medir» la calidad de ciertas verdades, ser conscientes de esa gradualidad, y no binariedad. Que estemos donde estamos tiene un sentido EN RELACIÓN (gradual) a una serie de elementos, y no un valor ABSOLUTO. Lo contrario es profundamente idealista.
En este aspecto, hay aquel gran momento de escisión entre la esfera anglosajona y continental en gran disputa entre los nominalistas y los realistas. Retomemos este gran debate, aunque insisto, ojo con los términos puesto que son confusos. Los nominalistas defendían que detrás de los objetos, detrás de los fenómenos, no hay nada, salvo «el nombre», el resultado de nuestro análisis, mientras que para los realistas detrás de los objetos existía una realidad oculta. Así, detrás del azabache y detrás de la noche, existiría la idea de «negritud» o de «negrez». No como análisis de quien observa, sino como realidades. De ahí el término realista frente a nominalista. El realista cree en el universal, cree que es real, el nominalista solo «nombra» el universal. Es una visión pragmática que tiene que ser trabajada en cada nuevo momento histórico, proyecto colectivo, proyecto personal. Es un ejercicio que pone en duda ciertas verdades dadas por válidas que nos permite medirlas y compararlas a otras.
Entonces, de nuevo, ¿de qué progreso podríamos estar hablando? ¿Qué habría de inamovible detrás de él? ¿Cuál sería su motor? Únicamente podemos aventurarnos a afirmar progresos relativos a espacios cortos de tiempo. El cultivo del cereal, o el cultivo de verduras y legumbres altamente nutritivas en comparación a las raíces y frutos silvestres, es un progreso del que hemos disfrutado en la etapa más corta de nuestra historia como especie. En esta corta etapa, el descubrimiento de la penicilina nos es muchísimo más cercano a nosotros que al primer cultivador.. De los años transcurridos entre la invención de la penicilina hasta hoy, el acceso a internet 24 horas al día sin necesidad de cables se ha producido en los últimos pocos años. Y muchas de las circunstancias que llevaron a algunas de estas mejoras fueron azar: la naturaleza dando las circunstancias favorables a ellas. De nuevo el caos favoreciendo un cierto orden. Incluso el propio concepto de «naturaleza» intenta ordenar un caos para hacérnoslo más comprensible. Un realista creería que tal cosa existe, un nominalista diría que la naturaleza es solo la suma de todos esos fenómenos en una lista escrita a mano.
El siglo XX estuvo marcado por acontecimientos desmedidos y puso en entredicho la idea del Progreso. Además, este mismo progreso, sobre todo en la vertiente industrial, supuso pasar de un crecimiento lineal a un crecimiento exponencial: no solo debemos pensar en la máquina de vapor, la bomba nuclear es un ejemplo mucho más gráfico. Doblar la cantidad de dinamita puede suponer doblar, triplicar o cuadriplicar una explosión, pero una bomba nuclear eleva exponencialmente el daño (¿a cien? ¿a mil?). De la misma manera, hoy viralizamos contenido en internet de manera exponencial, mientras que los periódicos o los voceros actuaban de manera lineal.
A pesar de todo, seguimos creyendo en el Progreso. Seguimos creyendo en su existencia, ni que sea a través de su negación: la involución. Detectamos la involución porque intuimos una evolución humana. Un Progreso. Creemos en la Utopía porque tememos a la Distopía. Nos aterra. Creo que es positivo, y también positivista (un saludo, Comte), seguir apostando por el Progreso. Aunque no como el positivista del XIX que se regocija mirando el pasado y se autocomplace (lo lamentamos, Compte), si no adoptando una posición un poco más realista (ya en el sentido contemporáneo y más humano): mirando hacia el futuro y siendo conscientes de lo que tenemos, de punto de partida. Midiendo los elementos y sobre todo siendo honestos: qué somos, con qué contamos, a qué no podemos renunciar y dónde queremos llegar. Son preguntas marcadamente democráticas en esencia. Y profundamente progresistas en el sentido que intentaba exponer.
¿Y cuál es nuestro Progreso como taller y como Obediencia? ¿Somos capaces de hacer ese análisis de lo que tenemos? ¿A dónde nos llevará esta marcha del Compañero?