Una supuesta etimología hace derivar el término castellano trabajo del sustantivo latino “tripaliu”, que era, al parecer, un instrumento de tortura (y he de ser sincera, viendo el actual mundo laboral, en el tercer mundo, pero también en occidente, me atrevo a decir que para muchos la falsa etimología dio en la diana).

Sin embargo, lo cierto, es que el término tripaliu no aparece en las fuentes hasta después de la caía del Imperio Romano de Occidente (según Corominas, defensor de la citada derivación, aparece en un texto de los Concilios de Auxerre y de Macon, del siglo VI); antes de esto, sólo Varrón lo usa en un texto de temática agrícola que nada habla de torturas (lo usaba para sujetar las plantas).

En griego, douleiá, deriva de doúlos, esclavo. Esto parece coherente con el hecho de que tradicionalmente el trabajo físico se asociaba a los estratos más bajos de la sociedad y, solo a partir de los movimientos obreros del siglo XIX se dignificó (hubo un intento fallido en el medioevo por parte de la Iglesia Católica y la máxima paulina de “quien no trabaja no debe comer”)

esclavo

En el mundo profano, de un perfil marcadamente mercantilista, se urge al individuo a ser productivo, a trabajar; además, el fruto de este trabajo se mide en términos económicos.

Salvo que estemos ante individuos de “la clase alta entre la clase alta”, aquel que no produce se considera un lastre para la sociedad, un perezoso o un individuo poco útil.

Cierto es que tras la COVID se comenzó a reivindicar otra forma de vida y, por tanto, otra relación con el trabajo. Sin embargo, este se nos sigue vendiendo como acción que es deber del hombre y que contribuye a su dignidad (al menos en el Occidente actual) hasta el punto de que el trabajo desempeñado sirve en ocasiones de “carta de presentación” ya que indica el estatus social

Derive o no el término en castellano de algo tan desagradable como un instrumento de tortura, lo cierto es que el trabajo lo consideramos necesario, pero en la inmensa mayoría de los casos ingrato (al menos el trabajo del mundo profano).

tortura

Incluso no son pocos los pensadores que lo consideraban como algo indigno: Aristóteles decía sin causar extrañeza en sus coetáneos que el trabajo realizado para otros era propio de esclavos, fue criticado también por muchos otros, como Séneca i, en tiempos más cercanos a la actualidad, Nietzsche consideraba que el trabajo nos alejaba de la reflexión y Arrent advierte sobre los peligros de las actuales sociedades de masas, en las que el hombre queda limitado a una especie de “individuo laboral” cuya vida transcurre únicamente entre producir y consumir.

A esta visión del trabajo como una obligación penosa hay que contraponerle el caso de todos aquellos que, en el trabajo, encuentran una forma de autorrealizarse e, incluso, de contribuir al bien común. No sólo con grandes logros sino, incluso, con esas aportaciones más modestas y que no son reconcocidas por casi nadie pero que hacen que su autor se sienta satisfecho.

vocación

En el mundo masónico el trabajo tiene un significado muy diferente. Si el trabajo profano es acción que produce unos frutos que podríamos encuadrar bien como mercancía bien como servicio; el masónico es introspección y, a partir de ella, contribuir a la construcción del templo de la humanidad.

Todos recordamos el día de nuestra iniciación, en la cámara de reflexión. VITRIOL, una exhortación a la introspección y la rectificación. No es pues una actitud meramente contemplativa, como puede considerarse la vida de ciertos sectores del clero, por ejemplo, o ciertas tendencias new age; el masón se contempla y se mejora y, de ese modo, mejora el mundo exterior. Hay pues, como en el trabajo profano, una acción, pero en esta ocasión la acción va precedida y guiada de la reflexión

vitriol

El trabajo en la logia se desarrolla según método ritual y simbólico que pretende aislarnos del mundo profano. Estos trabajos tienen una vertiente personal, la de pulir nuestra piedra, y una vertiente social, trabajar al progreso de la humanidad.

El compañero pule su piedra con todos los instrumentos que se pusieron a su disposición en la ceremonia de aumento de salario y, así, continúa la tarea comenzada como aprendiz; no se le requieren cualidades excepcionales, sino dedicación. Ahora ya no está obligado al silencio que caracteriza al Primer Grado y la luz ya no le ciega; está obligado a relacionarse con los demás y a salir al mundo exterior y, una vez en él, proyectar aquello que aprendió dentro del templo; al contrario de lo que ocurría con el aprendiz, su trabajo ya no sólo se desarrolla “hacia dentro” sino que da sus frutos en el exterior.

Encontramos así un claro contraste entre el trabajo profano y el masónico.

Si nuestra vida se circunscribiera al mero trabajo profano (y con esto no quiero decir que solo la masonería evita esto, pues por todos son conocidos diversos grupos sociales que miran el mundo más allá del proceso productivo) y nos mantuviésemos privados de la introspección, esta acción no sería más que movimiento y agitación que nos dejaría vacíos; es la introspección la que dota de sentido a la acción y la guía. Huelga decir, por otra parte, que el trabajo masónico nos interpela a la acción que se traduce en llevar los valores masónicos fuera del templo (al menos en teoría) haciendo así que pasemos de una visión individualista del mundo a una visión humanista y colectiva.

templo

En numerosas ocasiones, en este mismo templo, se escucharon lamentos sobre los malos tiempos que corren para la masonería (me pregunto si alguna vez fueron buenos más allá de ciertas modas pues, reconozcámoslo, los intereses de más de un masón estaban encaminados a sus propios fines alejados de los principios masónicos). Personalmente creo que no son tiempos para nada que no sea la mera acción; no solo la masonería ve mermadas sus filas, cualquier humanismo lo sufre, cualquier lugar cuyas actividades no se reduzcan a producir (en el sentido capitalista) o al placer inmediato. Estamos en los tiempos de “la acción por la acción”, sin saber muy bien a dónde nos conduce, pero que tampoco podemos o sabemos frenar. Por otra parte, el lugar de la reflexión es ocupado, en demasiadas ocasiones, bien por un consumismo frenético bien por diversas pseudociencias.

En la ceremonia de aumento de salario, el V.·. M.·. pone ante nuestros ojos un cartel con la frase “glorificación del trabajo”, se refiere a una colaboración consciente a construir el gran edificio de la humanidad. EL término glorificación debemos entenderlo como transformar una actividad profana para que adquiera un sentido más profundo. Ya no se delimita a la acción sino a que esta proceda, como propuso Sócrates en su día, de una anterior reflexión que la dota de sentido y la guía para que llegue a buen puerto.

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