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Cuando mencionamos las palabras Tronco de la Viuda o a la Caja de Seguridad Social se nos evoca ambos como instrumentos de protección social, a través de los cuales los miembros de una sociedad determinada, sea masónica o sea profana, pretenden ayudar a aquellos otros miembros que se pudieran encontrar ante situaciones sobrevenidas de necesidad o de infortunio, esperando así, que pudieran seguir manteniendo unas condiciones dignas de vida. La mera existencia de esos instrumentos de protección social generaría a su vez la confianza hacia esas mismas sociedades que los promueven; ganándose estas así su legitimidad. Ambos evocan a recipientes donde se depositan, guardan y custodian bienes y recursos excedentes, que son traspasados por sus miembros y acumulados para hacer frente cooperativamente a esas dificultades que inevitablemente en un futuro lejano o próximo aguardan a todos.

     Tanto con el tronco de la viuda como con las cajas de seguridad social se hace patente el concepto de PREVISIÓN, que hace referencia a la idea y al compromiso mutuo y concertado de la anticipación temporal, mediante la articulación de instrumentos materiales pensando en la protección de sus respectivos miembros o de sus familiares dependientes; no dejando el propio futuro en manos de Dios. La previsión, por lo demás, hace más soportable las vidas en el presente, ya que puede minimizar o ahuyentar la ANGUSTIA que todo futuro –como tal siempre incierto-, acompaña nuestras vidas; especialmente en las sociedades modernas actuales cuyo dinamismo acelera los cambios vitales.

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     El TRABAJO hasta ahora ha estado estrechamente vinculado a una dimensión personal, a la existencia previa de una persona biológicamente viva, que es la encargada de su ejecución, y que ha sido el elemento nuclear y ordenador de la mayoría de las civilizaciones (quizás con la inteligencia artificial y la robótica pueda alterarse esa piedra angular). A través de él no sólo el trabajador modifica el estado de la naturaleza (un pasar del no-ser al ser), y le brinda oportunidades de obtener los recursos materiales y económicos necesarios para sostener sus vidas; si no, también el TRABAJO tiene un carácter esotérico y performativo, psicológica y socialmente, que le afecta, al transformar y definir los perfiles individuales de la persona, los lazos que se establecen entre ellos y con la sociedad.

     En consecuencia, aquellos miembros de la sociedad que no tuvieran o perdiesen, por razones económicas, sociales o biológicas, esa capacidad personal, estarían condenados a reducir no sólo sus oportunidades de subsistencia, cayendo en infortunios e indigencias diversas; si no también podrían iniciar un proceso de disolución de su propia identidad y de ruptura de los vínculos sociales creados, que tan necesarios y significativos son para al hombre como ser social. El riesgo es quedar arrinconados y anclados en la marginación social; en el supuesto de que las instituciones básicas o redes informales interpuestas como la familia, la vecindad, los feudos y linajes en sus épocas históricas… dejasen de operar por distintas causas. Lo que le condena no sólo al ostracismo social, si no a la cruda soledad y al desamparo como individuo.

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     En distintos momentos históricos se ha querido dar respuesta a esas situaciones de infortunio, indigencia y desamparo, desde diferentes instancias del poder o poderes vigentes, desenvolviendo diversos mecanismos que podríamos considerar cercanos a la idea de  protección social, pensados nominalmente para ayudar  a  esos individuos y a distintos sectores sociales que han nacido en la vulnerabilidad o han quedado vulnerables; pero pensando en realidad en no trastocar esos marcos sociales que les estarían garantizando conservar sus respectivas posiciones de  poder.

     Inicialmente, desde instancias religiosas o desde instituciones más seculares, se divulgarán y querrán implantar diversas obligaciones morales –que con el tiempo algunas devendrán en jurídicas-, con la pretensión de imponer a los miembros de la sociedad comportamientos exigibles, entre otros de apoyo a los “pobres” y a los “desamparados”. Se empezará a hablar sucesivamente de conceptos como el de la caridad cristiana, el de la beneficencia, el de la filantropía, el de la solidaridad…., Conceptos o ideas que se irán concretizando y materializando de distintas formas y a través de  distintos instrumentos: las limosnas, las instituciones benéficas (los hospicios, hospitales….), los mutualismos obreros, cajas de seguridad social…; y también en el seno de las sociedades masónicas cabe añadir los Troncos o Sacos de la Viuda o Solidaridad.

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     UN BREVE RECORRIDO HISTORICO:

      La CARIDAD CRISTIANA (la sadaqa musulmana o la tzedaká judía) si bien se dirige nominalmente a beneficiar al “necesitado”, ésta deviene en un valioso objeto para aquellos que realizan las acciones de caridad, ya que a través de ellas se permitirá las “almas caritativas” ganar el cielo. La existencia del pobre es pues una gran oportunidad que Dios les ha otorgado. El objetivo en sí mismo, pues, no sería acabar con la pobreza y los pobres. Situaciones que, por lo demás, se considerarán como hechos naturales, como parte de un mundo inalterable e inmutable. No se planteará como necesario ahondar en las causas objetivas de la pobreza; el padecimiento por esta situación sólo se ve imputable a la indolencia del sujeto de quien la sufre.

     Es con el Renacimiento y su concepción antropocéntrica cuando se empezaría a cuestionar la pobreza como un hecho inevitable. La indeseada mendicidad sería vista entonces como contraria al humanismo y se empieza a pensar en que su eliminación sería necesaria y posible. Si bien, la caridad continuaría siendo ejercida por la iglesia y la nobleza, ya se empezaría a dar pasos hacia la BENEFICENCIA, a una primigenia asistencia pública. Incluso se empezará a intentar a regularla jurídicamente como fenómeno social, y así a diferenciar al pobre del vago, con creación de normas incluso represivas frente a este último (regulaciones represiva que persistirán hasta la Republica con la aprobación de la ley de vagos y maleantes, conocida como la Gandula,  en 1933, y que posteriormente modificará torticeramente el franquismo en 1954 para incluir otros supuestos inapropiados o injustos). De tal manera poder facilitar la aplicación correcta de la incipiente asistencia pública a quién sea considerado merecedor de ello.

      Así, Carlos I, a través de una Real Carta e Instrucción de 1540 intentaría delimitar un primer ámbito subjetivo de esa acción pública, y  Carlos III posteriormente clasificaría de forma diferenciada a los necesitados, con la categorías de pobres solemnes, pobres avergonzantes y jornaleros desocupados y enfermos convalecientes; diseñándose actuaciones diferenciadas como la de los hospicios para los primeros, las ayudas a domicilio para los segundos, y las diputaciones caritativas de barrio para los terceros. Los ayuntamientos empezarían a tomar a su cargo esas iniciativas y esos primeros planes de asistencia pública.

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      Aunque ambos, tanto la beneficencia como la caridad seguirán dependiendo de la única voluntad del benefactor y por tanto de su acción discrecional. No existirá pues un derecho propio del necesitado, un pleno derecho subjetivo (salvo quizás tenuemente para quien es declarado pobre de solemnidad, que previo permiso de las autoridades tendría un derecho a mendigar en actos solemnes y beneficiarse de justicia gratuita). No será hasta la llegada de la Revolución Francesa, en base a los principios de libertad, igualdad y fraternidad, cuando ya se considere al marginado, al indigente y pobre como ciudadano de pleno derecho y deberes, y que el Estado, ya directamente, empezase a sentirse obligado a sistematizar algunos planes de acciones asistenciales.

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      La FILANTROPÍA asistencial aparecerá con la aparición de las grandes bolsas de marginación en torno a las ciudades, en el s. XIX, con las revoluciones industriales, y será liderada por esa misma burguesía. Se presenta como espíritu de buena voluntad hacia aquellos considerados como semejantes o al menos como “más próximos”; influenciada por el sentimiento de fraternidad humana. Se presenta como una forma más laica y racional de los fundamentos de la caridad cristiana; y se expresaría en acciones dirigidas a fomentar el bienestar, no socorriendo individualmente a los necesitados, sino a través de medidas de alcance general, especialmente a través de instituciones benéficas.   Si bien, hay que señalar que el reverso de la ese “espíritu de buena voluntad” es la de devenir en un mecanismo de control moral; ya que el apoyo material es dado “a quien es considerado merecedor de ello”, como forma para combatir lo que se definiría como” desorden moral”; exigiéndole pues un comportamiento acorde con los valores considerados como los correctos por esa sociedad burguesa.

     Cabe señalar en relación a ello que las sociedades masónicas no buscarían constituirse como instituciones filantrópicas propiamente dichas; sino, que adoptarían la filantropía como un método de trabajo y como una manifestación de los lazos de fraternidad.  La beneficencia resultante de ese espíritu filantrópico tendría también como exigencia hacia ese “hermano” beneficiario de las acciones un comportamiento moral acorde a los principios masónicos (“un hombre de buenas costumbres”).

     Todas las anteriores actuaciones tienen como común denominador el hecho de depender siempre de la voluntad y de la discrecionalidad única del benefactor o de un alma caritativa, que suelen ser personas o instituciones que procuran hacerse conocer públicamente, y que generalmente estarán vinculados a alguna de las instancias del poder político, religioso o económico, y que intentan a sí mismos reforzarse socialmente. Lo cual tiene como efecto posible e indeseado a su vez el de mermar la dignidad de la persona “agraciada”, que deberá estarle eternamente agradecida. Todas ellas buscan a su vez garantizarla continuidad del orden social y/o de la moral impuesta, eliminando posibles riesgos de desestabilización social. El beneficiario nominal seguirá siendo un mero sujeto pasivo de su propia existencia, dependiente en todo momento de su vida de las decisiones ajenas y por tanto adoleciendo de un déficit de libertad.

     De naturaleza diferente, y desde el mundo del TRABAJO, surgirán iniciativas de base ética distintas, en donde el beneficiario puede ser en algún momento el benefactor; y a la inversa en otros momentos. Pasará a ser tanto sujeto pasivo como sujeto activo; incrementando pues su capacidad de decisión y acción, y por tanto su grado de libertad. Al elegir y construir sus propios sistemas de protección social, actuará y decidirá preventivamente sobre su futuro; y en consecuencia se alejará del riesgo de caer en la indignidad.

     Las medidas introducidas por los Gremios medievales y sus Cofradías cambiarán el paradigma de la ayuda -que será mutua- y la protección social -que será preventiva-; aunque coexistirán con algunos de los otros sistemas ya mencionados.  Los gremios, estructurados por oficios y por grados de habilidades (maestros, oficiales y aprendices), como es conocido, inspirarán tanto a la masonería operativa como a la no operativa.  Establecerán los primeros mecanismos de PREVISIÓN para la protección de sus afiliados, por medio de cuotas aportadas por sus propios miembros. Sólo tendrán derecho a beneficiarse de estas prestaciones sus miembros, es decir, a todos aquellos que contribuyen al mantenimiento del gremio, y a través de su cofradía vinculada. La cofradía tenía la obligación de cuidar del enfermo y ayudar a la mujer e hijos dependientes del cofrade, especialmente si llegaba a morir -los gastos del difunto corrían habitualmente a cargo del mismo gremio-. Además, también se dedicaba a la beneficencia en la ciudad, llegando a acumular incluso importantes sumas para atender a pobres, asilos, hospitales…  En Barcelona existieron tres grandes cofradías muy famosas (conformadas como agrupaciones gremiales): la de los Esteves (con unos 12 gremios y lugar de culto en la Catedral), la de los Elois (con unas 17 gremios y lugar de culto principal en la iglesia de Ntra. Sra. Del Carmen) y la de los Julianos (con 9 gremios y lugar de culto en la Iglesia de Sant Agustí).

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     MENCION FIOLOSOFICA A LA ANGUSTIA, Y LA PREVISION

     Estos sistemas de PREVISION que se crean no sólo garantizan la protección de sus afiliados y sus familias ante las consecuencias materiales de las situaciones de necesidad derivadas de los acontecimientos del FUTURO; si no, que permiten a su vez a aquellos vivir psicológicamente de forma más estable el PRESENTE, sin el peso de la ANGUSTIA de la incertidumbre, al tener la CONFIANZA puesta en ese sistema de previsión y protección, creados  gracias a los VÍNCULOS SOCIALES generados a través del TRABAJO.

     La ANGUSTIA es un fenómeno subjetivo y vinculado a la soledad y el desamparo; y según las palabras del filósofo Kierkegaard se origina en la multiplicidad de posibilidades que imagina el hombre, trasunto de infinitud con la que se debate a pesar de su finitud. Dice que el hombre solo puede angustiarse porque es síntesis entre una bestia y un ángel, porque hay en él algo mundano a la vez que algo divino, algo finito y determinado por la finitud y algo infinito y determinado por la infinitud. La infinitud ante la que la angustia sitúa al hombre tiene forma de posibilidad. La angustia como posibilidad (que es múltiple) previene contra la realidad (que solo es una). Y la posibilidad pesa más que la realidad porque la multiplica. Conocer la realidad es haberse enfrentado con una sola de las posibilidades.

     Por lo que poder anticiparse y tener sensación de control del futuro a través de la prevención, creando mecanismos de protección social, ayuda a aligerar el peso de la angustia, haciendo más confortable el presente.

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     Históricamente, elTRONCO O SACO DE LA VIUDA parece enmarcarse en esa tradición benéfico-filantrópica, pero compartiendo además la necesidad de crear sistemas de previsiónque seinspiran en el mundo del trabajo de los gremios. El origen de la palabra Tronco, que viene de la palabra francesa Tronc ya hace referencia a su origen caritativo, al “cepillo” de las iglesias; y la palabra Viuda hace referencia a todos quienes somos hijos simbólicos de la viuda, de la masonería en general; es decir a aquellos que estamos imbuidos en la actividad constructiva de la masonería, ejerciendo distintos oficios, y por tanto merecedores de la protección gremial, a través de la cofradía de los hijos de la viuda. Deviniendo, además de simbólico, en un instrumento material de ayuda a quienes el infortunio pueda azotar.

     Con el Tronco o Saco de la Viuda se pretende regular los excedentes materiales, exigiendo un ejercicio personal e introspectivo de plantearse lo que tenemos y lo que tenemos que ceder a los demás. Se dice que todo lo que se produce en el trabajo masónico debe ser consumido por el conjunto de la fraternidad, y el tronco vehiculiza una redistribución material y simbólica de todo lo producido. Desprendiéndose responsablemente del Tener ganamos en Ser, y ese Ser se refuerza con el sentido de pertenencia a la Fraternidad. Cumplir con la obligación moral impuesta por la hermandad con el resto de hermanos, mediante la aportación del “óbolo”, refuerza los vínculos de fraternidad; que revertirá en satisfacción y autoestima.

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     Durante la circulación del tronco se Introduce el óbolo; pero también la mano hasta el fondo y se retira cerrada. Nadie debe saber qué es lo que se aporta, y nadie aporta para ser reconocido.  Y por tanto el beneficiario tampoco conoce quien es el benefactor; como tampoco los hermanos masones deben saber quién es el beneficiario, en señal de respeto a la dignidad con quien comparten también la misma actividad constructiva.

     En el rito de iniciación, el Venerable explica al nuevo aprendiz, tras desposeerle momentáneamente de sus pertenencias, que “Los metales que os han sido retirados antes de entrar en el templo simbolizan todo lo que brilla con un resplandor engañoso, es la moneda corriente de los prejuicios vulgares. El hombre que aspira a ser libre debe aprender a separarse de las cosas fútiles, y acordarse de que la avaricia es el eje de todos los vicios. Los metales, manejados por el sabio, pueden servir para hacer el bien”.

     Se puede inferir que con esas palabras que se está haciendo referencia al “método filantrópico” del que sería heredera la Masonería; al trabajo de introspección de saber, de ser sabio, y  encontrar el equilibrio entre lo que se tiene y lo que se tiene que ceder, ya que haber conseguido tener pertenencias no tendrán un sentido ético en sí mismo, si no se sabe extraer de esas pertenencias producidas los excedentes necesarios  para darle el uso  moral aceptado y compartido por todos los hijos de la viuda.

     Seguidamente, durante el rito, el Hermano Hospitalario hace circular el Saco de la Viuda (sin haberle restituido sus metales), instando al nuevo aprendiz para que deposite algo (que no tiene) al saco; así, luego se le explica que la desazón de no tener qué compartir le debe enseñar que la generosidad no depende de la cantidad, y que sus  bienes (que ahora le son devueltos) debe administrarlos escuchando a su corazón y que el verdadero espíritu de fraternidad y solidaridad pasa por PREVENIR las necesidades y dificultades, y contribuir a eliminarlas: “Ayudar a alguien a caminar es mejor que proveerlo de muletas”.

      Aquí, nuevamente, a través de esas palabras no sólo se muestra el espíritu filantrópico heredado, sino también la herencia recibida de los gremios y cofradías medievales, en hacer hincapié en la necesidad y en el compromiso de PREVENIR las necesidades y dificultades. La desazón de no tener o no haber logrado tener (excedentes) para compartir le deja en una incómoda soledad  como obrero, al decaer como eslabón  de la cadena de unión; diluyendo su ser al debilitar su pertenencia a la Fraternidad.

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     Con las revoluciones industriales, ya con el proceso paulatino de disolución de los sistemas gremiales medievales y la aparición del movimiento obrero organizado, y en respuesta a la caridad (eclesiástica y aristocrática) y a la beneficencia (burguesa), aparecerán los primeros socorros mutuos y mutualismos obreros, en torno a un nuevo principio moral, el de la Solidaridad. …. La Solidaridad surgirá en el seno de los movimientos obreros del s. XIX y XX conformándose como una obligación mutua impuesta por sus organizaciones y aparecerá como un elemento constituyente de los mismos, para ser identificado como parte de esa nueva y dinámica clase obrera. Transcenderá el ámbito subjetivo limitado del corporativismo gremial y extenderá los sistemas de previsión y protección paulatinamente a mayores sectores sociales y territoriales.   Estos seguros sociales se fundamentarán en el ahorro colectivo que realizan las mismas personas que puedan llegar a ser pobres a causas de riesgos imprevisibles (por enfermedad, por incapacidad laboral, por desempleo, por fallecimiento, etcétera), o previsibles (vejez, jubilación).

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     Vale la pena mencionar algunas iniciativas masónicas locales que conectan con ese movimiento mutualista, y que en Cataluña fue muy fuerte en el período de la Restauración, la creación en 1878 de la asociación “La Cadena de Unión” y en 1879 “La Confederada”. Ambas pretendían socorrer a sus asociados en caso de enfermedad; pero sólo de aquellas enfermedades que no fueran fruto de la sífilis, la embriaguez, o por duelos de honor o riñas, ya que al masón se le exige ser hombre de buenas costumbres, en la línea moralista filantrópica-asistencial.

     El actual SISTEMA DE SEGURIDAD SOCIAL será depositario de ese conjunto de experiencias. Devendrá por primera vez en un sistema público de protección social, y en la columna vertebral del actual Estado del Bienestar. Sistemas que serán dirigidos o bien tutelados por los respectivos Estados; y que inspirados en las iniciativas y propuestas mutualistas, de ayuda mutua y solidarias impulsadas por el mundo del trabajo ya señaladas, irán siendo fagocitadas.

     Las primeras iniciativas surgirán paradójicamente de gobiernos de carácter conservador o liberal -lo que el filósofo Gustavo Bueno calificaría como de la “derecha socialista”-, con el objetivo de paliar las secuelas sociales del normal funcionamiento del sistema capitalista, que arrastran a grandes masas de la población a la pobreza y a la indigencia; garantizando así la pervivencia y la  continuidad del sistema, a través de la “contentación” se contiene el descontento social y las posibles revoluciones sociales que pudieran derivarse. El canciller Otto von Bismark (Duque de Lauenburgo y Principe de Bismarck) en Alemania, en 1883, promoverá el primer sistema público de seguridad social, de carácter profesional, sustentado por las cuotas de obreros y de patronos. Después William Beveridge (Barón de Tugall) en los años 40 del siglo XX promoverá un sistema más universalista en Inglaterra. El Plan Beveridge proponía la construcción de un sistema de beneficios sociales que fuera capaz de proteger a los ciudadanos desde la cuna hasta la tumba y que atacara los cinco males gigantes de las sociedades modernas: la indigencia, las enfermedades, la ignorancia, la suciedad y la ociosidad. En cuanto a España, tras la Restauración Borbónica, en 1883, se crea la Comisión de Reformas Sociales, en 1900 el primer seguro social, le ley de accidentes de trabajo y en 1908 el conservador Antonio Maura crea el Instituto Nacional de Previsión. Durante el periodo franquista, en 1963 y 1969 se inicia el proceso de legislar, racionalizar y unificar los seguros sociales y las mutualidades, cuya arquitectura definitiva culminará con la primera Ley General de la Seguridad Social en el año 1978.

     Será el nuestro un sistema también de base profesional, costeado por patrones y obreros; un sistema solidario intergeneracional de reparto. La previsión y la protección social derivada del Sistema de la Seguridad Social se ha convertido en un verdadero derecho subjetivo, de titularidad individual, de todo trabajador, cuyas prestaciones derivadas llegan a alcanzar como beneficiarios en la actualidad hasta a un 20 % de la población española.

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     El proceso recorrido desde la indigna concesión graciable de una limosna por parte de un alma caritativa hasta llegar al reconocimiento jurídico del derecho subjetivo a una prestación social, ha sido lento. En mi opinión ese cambio de paradigma se dio gracias al mundo del trabajo, que con sus características performativas y esotéricas, insuflaron a los trabajadores y artesanos de una conciencia propia de sí mismos, viéndose como verdaderos actores sociales con capacidad de influir no sólo en sus vidas si no también en la sociedad; sea organizados en los gremios, o en las organizaciones obreras. Los cuales llegaron al compromiso mutuo de generar excedentes que deben ser utilizarlos para construir instrumentos cooperativos y solidarios de previsión y protección social. Apostando por el ser más que por el tener alcanzarán mayores cuotas de bienestar y libertad, influyendo activamente tanto en sus respectivos futuros, como en sus respectivos presentes.

     No obstante, el sistema profesional, de reparto y de solidaridad intergeneracional, en el que se basa actualmente nuestro modelo de prevención y protección social, es una cadena de unión que ya está teniendo graves problemas de sostenibilidad, evidenciándose un grave déficit económico en el futuro. Puede que estemos en estos  momentos presenciando un  nuevo cambio de paradigma en el sistema de PREVISION basado en la cultura del trabajo; ya que parece existir una tendencia a que los TRABAJADORES (activos) vayan mermando proporcionalmente, y a que el TRABAJO (personal) entendido como hasta ahora se vaya disolviendo; sea por  razones  demográficas, atizadas tambiénpor ideologías y culturas de efectos neomalthusianos; sea por razones tecnológicas(y no sólo económicas y organizativas),atizadas también por las posibles consecuencias  futuras de la introducción de la Inteligencia Artificial, que algunos pronostican destruirá un gran número de puestos de trabajo cualificados.

     De todo ello habrá que estar atentos.

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